Continúa generando polémica

Es inevitable que no sea noticia el mayor asesino en serie de la historia Argentina. Una figura polémica y sin límites que guarda un as bajo la manga.


"El Ángel de la Muerte" sale por primera vez en 44 años.
Ya no luce sus rizos colorados ni su rostro juvenil. Pasa su días encerrado en su cuarto de dos por cuatro del Pabellón 7 en el penal de Sierra Chica, a pocos kilómetros de Olavarría. 

Carta escrita por Puch a Vidal.
En febrero de 2016, Robledo Puch le envió una carta a la actual Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, solicitándole una amnistía extraordinaria para quedar en libertad. "Señora Vidal: He cumplido inexorablemente con todos los plazos legales y cronológicos que la Ley estipula desde que fui detenido aquel fatídico jueves 3 de febrero de 1972" redactó a puño y letra el asesino. "La presente se ha convertido en una pena que se agotaría con la muerte, siendo que la pena de muerte no cuenta con precedentes en nuestro país. No sería bueno que ahora se estableciera uno porque se transformaría en una pena desproporcionada, cruel, inhumana y degradante. Razón por la cual Robledo Puch está solicitando un indulto extraordinario inmediato". En la carta también criticó las condiciones en la que viven los internos en las cárceles bonaerenses.


Su primera salida, luego 44 años de encierro, fue el miércoles 11 de mayo del 2016, cuando viajó para hacerse un chequeo médico, escoltado por una decena de efectivos del Servicio Penitenciario Bonaerense y la policía provincial. Tiene una patología de base que es la enfermedad pulmonar obstructora crónica (EPOC).

Robledo Puch en su celda de Sierra Chica.
El día 13 del mismo mes, Puch pidió ser trasladado a una iglesia evangélica con un régimen penal de semilibertad. "La religión es la única que te ayuda a soportar el calvario de la vida" pronuncia en voz baja en una entrevista para la revista "Hoy". 
“El pidió ir a la granja con los pastores de la iglesia evangélica”, puntualizó el defensor oficial José Luis María Villada. La granja, lugar para carcelarios, se llama Campus Clue y está a 25 kilómetros de la ruta provincial 11 en al localidad de magdalena.

Carlos Eduardo Robledo Puch, el Ángel de la Muerte, duerme todos los días en una cucheta extremadamente modesta en su fría celda junto con algunos gatos que, según cuentan los demás reclusos, son su vida. Además, cuentan que tiene "ciertos rasgos de homosexualidad" y esa sería la causa por la cual cumple su condena en el espacio reservado para hombres homosexuales. "Parece un tipo con dos personalidades, una buena y otra mala" explican.

Detrás de las rejas.

Su vida transcurre en la cárcel. Los años pasan , el sigue siendo el mismo....

Robledo Puch, preso en el penal de Sierra Chica, tuvo que ver su vida pasar encerrado entre cuatro paredes. En reiteradas ocasiones y, sacando provecho de su popularidad, habló con los medios afirmando ser inocente. En 1995 afirmó: Nunca asesiné a nadie, fue una confabulación que alguien armó, yo no maté a nadie, ni tampoco nunca manejé un arma. Fue una farsa, la sentencia para declararme culpable ya estaba firmada antes de empezar el juicio”.

En el 2002 lo trasladaron a la Unidad Penal Melchor Romero para someterlo a estudios psiquiátricos. Luego de 9 años volvió a verse con su padre y se lo notó muy emocionado. El encuentro duró dos horas y fue vital para el preso ya que hubo palabras, gestos, miradas y hasta lágrimas. Un instante nunca antes visto, el confesó que quería salir para verse con el padre porque era su única expectativa. 

Madre de Robledo Puch.
Su mamá, sin embargo, había muerto años atrás. Ella lo visitaba, se mandaban cartas y hablaban por teléfono.“Me arreglaría con el padre para hacerlo feliz, por el nene soy capaz de cualquier cosa” aseguraba Aída Habendank en 1989. “Es mi nene”, repetía.

Años más tarde, en el 2008, llevaba 36 años, 8 meses y 29 días en la cárcel. Un ser oscuro, tenebroso y macabro que continuaba siendo un peligro para la sociedad por sus problemas de conducta y el gran desinterés que demostró en el estudio y el trabajo  durante más de tres décadas. 

“El máximo asesino presenta actitudes desidiosas y con falta de iniciativa”, explicaban las fuentes judiciales. Según los informes penitenciarios sufrió 20 sanciones en prisión y algunas, muy graves.



El gabinete de Admisión y Seguimiento de los detenidos señaló que no internalizó adecuadamente los límites, que mantiene procesos psicóticos y carece de vínculos afectivos. Igualmente, “El Chacal”  solicitó su excarcelación cuando se enteró que la Justicia había concedido la prisión domiciliaria  al odontólogo Ricardo Barreda, quien había asesinado a su esposa, su suegra y a sus dos hijas. “Las armas que secuestraron en al casa de mi abuela fueron plantadas por la policía", expresó Puch convencido y explicó que los que andaban armados eran Héctor Somoza y Jorge Ibáñez con quienes eventualmente efectuó algún robo.

“Tengo derecho a la libertad porque mi condena se cumplió el 12 de julio”, señaló El Ángel de la Muerte, ya que según dicta la Ley, la reclusión por tiempo indeterminado sólo se debe aplicar en caso de que el acusado tuviera cuatro condenas anteriores y el era primario no reincidente.
“El juez se confundió al  rechazarme la excarcelación. Además, ordenó que profundizara el tratamiento psiquiátrico. Todo muy pomposo pero acá en la cárcel nunca me hicieron contención psicológica. Entonces comprendí que debo buscarme una novia. Una mujer que pueda contenerme por 72 horas para tener una salida transitoria”, afirmó seguro.

En el año 2013 expresó fuertes palabras: “la sociedad puede descansar en paz, todos pueden dormir tranquilos de noche. Yo estoy preso y por ahora no me puedo escapar”. Y, sin dudar, el lunático asesino agregó: “si me dejaran salir en libertad, iría a recorrer el país en una Guzzi 900, bicilíndrica.”

“Ver que otros podían comprarse cosas y yo no me llevó a delinquir”, confesó el asesino que jamás mostró arrepentimiento de sus actos.







La caída del Ángel.

La fecha fue el 3 de febrero de 1972. Frente a su domicilio en Las Acacias al 2000, en Villa Adelina, la policía detuvo a Carlos Eduardo Robledo Puch. Horas después el aniñado joven de 20 años, el asesino "con cara de ángel", declaraba ser ejecutor de no menos de once crímenes, su complicidad en más de 30 asaltos y su participación en varias violaciones a menores, algunas de ellas asesinadas después. "Un joven de 20 años no puede vivir sin plata y sin auto", declararía. En los primeros días de su arresto, demostraría su personalidad psicópata en sus declaraciones y en las reconstrucciones de sus crímenes.

Ni siquiera los policías se sentían a salvo estando con él. "Solo estamos tranquilos cuando al pibe se lo llevan para otro lado. Entonces descansamos" explicó un oficial de la comisaria del Tigre. Al mismo tiempo y en calabozos separados, se encontraban Florencio Simón Ibáñez y Jorge Ibáñez, el hermano y el padre respectivamente del cómplice de Robledo Puch que, al momento, se encontraba aún desaparecido. Debido a la tensión de la situación, Ibáñez padre intentó suicidarse cortándose las venas de los brazos con una hoja de afeitar. Este tenía copiosos antecedentes delictivo, incluso un pedido de captura de Interpol por supuestos delitos perpetrados en EE.UU. Se rumoreaba que por ello intentó suicidarse: para ser internado en un hospital donde podría darse a la fuga con más facilidad.

En sus primeras declaraciones, el asesinó apuntó a la familia Ibáñez, acusándolos de haberlo extorsionado e impulsado a delinquir por ellos.

Algo era cierto: Robledo Puch era mentiroso y manipulador. Una noche, cuando el patrullero que lo transportaba hizo un alto por un desperfecto, los periodistas se acercaron rápidamente a entrevistarlo."Decile a mis viejos que me perdonen y a los muchachos de mi barrio, a Freddy, Francisco, Juan Carlos, que no los olvido. Yo sé que a mis viejos los tienen locos ¿pero qué voy a hacer? Me lo mandaban, me lo imponían ¿sabes como estoy? ¿vos calculas cuánto me van a dar? Te pido por favor que cuando puedas les digas a los viejos que me vengan a visitar, y decile a todo el mundo que estoy arrepentido...te juro que no sé como hice tales cosas. Reconozco que no hice ni una ni dos, pero... Dios dirá" declaró el teatral y precoz asesino. Luego, cuando se quedó solo con lo policías nuevamente pronunció entre risas: "¿Vieron como me los empaqueté?". Sin lugar a dudas, le gustaban las cámaras. "Se preocupa mucho por su figura y dice que no quiere enflaquecer. También, cuando sale de las reconstrucciones pide lavarse bien la cara y peinarse para estar presentable" detalló un oficial.



J. P. Herrera y otro amigo del barrio.

Quienes lo conocían.

Juan Pablo Herrera y Julio, fueron dos jóvenes con lo que solía juntarse en su barrio. Ellos, incómodos antes un grupo de periodistas que investigaban el caso en 1972, advirtieron que no querían decir nada, que lo conocían pero no era necesario hablar de él. "No era mi amigo, sí eramos conocidos", aseguró Julio mientras explicaba que al que todos llamaban "asesino", tenia tanta plata como cualquier otro muchacho. Además, tenía una novia de 17 años llamada Mary Acosta. "Volvía locos a sus profesores por su mala conducta. Estando en 4° año le advirtieron que ya tenía el máximo de amonestaciones y que con solo una más lo iban a expulsar. No obstante, él siguió estorbando" contaba otro chico del barrio.

Su único trabajo fue en la farmacia de Ricardo Samban donde sólo trabajó un mes. "No era mal chico lo que pasa es que estaba mucho tiempo solo. Había temporadas en que la madre no estaba y su padre estaba trabajando todo el día. de modo que el muchacho tenía amplia libertad" explicó el farmacéutico del lugar que, luego de una larga pausa, continuó: "les voy a contar uan cosa bastante curiosa. Como les dije trabajó aquí nada más que un mes. Mientras estaba empleado vino acá y me trajo una radio a transistores. Me dijo que si la quería comprar. Él al vendía a 2.000 pesos. A mi me pareció que valía mucho más. Y como la radio me interesaba decidí ir a la casa de la madre para preguntarle si ella autorizaba esa venta. Fui, me atendió ella y me contestó: "si él la quiere vender que la venda. La radio es de Carlitos y se que él quiere dinero para comprarse una bicicleta". De ese modo yo pude comprarme la hermosa radio. Pasó el tiempo. No volví a verlo y cuando me enteré de que había sido detenido por robar una motocicleta vinieron de la policía a secuestrarme la radio porque también era robada".

La fuga.

Era sábado por la noche en la Unidad N°9 y los reclusos habían organizado una pequeña fiesta de despedida a los que recuperaban su libertad por la nueva ley de encarcelación. En ese momento, Puch vio la oportunidad para escapar y ultimó los detalles con su compinche Rodolfo Alberto Sicca. Con un soga y mientras nadie lo observaba, cayó del otro lado del muro de la prisión, dentro de una zanja, quedando completamente embarrado y sin saco. Tras su fácil fuga, corrió con todas sus fuerzas durante ocho cuadras y diez minutos después, logró detener la marcha de un colectivo de la línea 518. Su conductor, Omar Lanfranqui, declaró posteriormente que el joven le había mentido: "señor, hágame el favor, me acaban de asaltar cinco o seis tipos. Me sacaron el saco y toda la plata que llevaba. Después de golpearme me tiraron a una zanja. Hágame el favor, lléveme, no me dejaron ni una moneda" le contó el asesino. 
El embarrado pasajero luego descendió cerca de la estación del Ferrocarril Roca. "Bajó en 1 y 43 y me dio las gracias varias veces", explicó el choffer. Más tarde, un testigo denunciaría haberlo visto cuando pasaba por un terreno baldío a las ocho de la noche. "Lo reconocí inmediatamente, llamé por teléfono y a los pocos minutos vi a varios policías que buscaban, pero Robledo ya se había ido. Al rato lo vi aparecer nuevamente cerca de la casa de los Somoza. Allí se detuvo como queriendo entrar y en ese momento, cuatro policías lo atraparon, lo subieron a un auto y se fueron", detalló el testigo.
En la esquina de la avenida Libertador y Sturiza, en Olivos, se lo detuvo y así fue como terminaron sus 68 horas de libertad. El comisario inspector, Ricardo Cersómino, a cuyo cargo estaba la patrulla que lo aprisionó, declaró: "en el momento de la detención el criminal se encontrada agotado y desanimado y no había encontrado la menor ayuda. No tenía encima armas ni dinero".

No se salva: El juicio.

A las 9:30 horas, en el tribunal de San Isidro, se  inició el  juicio. Durante la jornada se analizaron los crímenes que se le imputaron a Robledo Puch y que aún no habían sido considerados a lo largo de los tres meses que llevaba el tratamiento del juicio oral. Se tomó declaración indagatoria a 36 de los 59 testigos anunciados. El Ángel de la Muerte  estaba  vestido de camisa blanca, corbata azul, traje negro, pulcramente peinado y con una conducta que no reflejaba ni un poco de preocupación por la circunstancia que estaba atravesado. Se mostró tranquilo y se lo vio festejar con algunos incidentes que ocurrían en la sala. Su defensora María Elvira Rodríguez Villar, ante un grupo de periodistas, afirmó que el juicio era nulo porque se habían cometido irregularidades.
”Esto es un circo romano y una farsa, estoy condenado y prejuzgado de antemano”, exclamó Puch a los gritos en el medio de la sala. Finalizada la audiencia, la sala deliberó en privado junto al juez José Garona la condena global que tenía que cumplir al acusado. 

El juicio oral se extendió en varias oportunidades en el mismo sitio, la tercera etapa tuvo una novedad: la presencia de periodistas y público en la sala.
A lo largo del juicio, la Fiscalía contó con muchos elementos a su favor que en un momento hicieron reconocer a unos de sus abogados defensores, el doctor Jorge Eduardo Dodero,que existieron pruebas suficientes contra Robledo Puch ”como para empapelar toda la avenida Rivadavia hasta Luján”.


Primero, fue acusado de ocho asesinatos. Luego el Fiscal de Cámara, Alberto Segovia, solicitó la culpabilidad de Puch por tres homicidios más y la destrucción causada en bienes y propiedades. Continuaba con su negativa  a declarar y dejaba en mano de sus defensores los alegatos a su favor. El psiquiatra Elias Klass sostuvo que el acusado era un adolescente en crisis donde pesaron los desajustes familiares.


La cámara Penal de San Isidro rechazó la presentación de recursos extraordinarios por parte de la defensa, en razón de haber vencido el plazo para la petición. Con la resolución acordada, la sentencia emitida el pasado 27 de noviembre de 1980 se reafirmó. 
El múltiple homicida fue condenado a prisión perpetua y reclusión por tiempo indeterminado por tres jueces: Bernardo Rodríguez, Ignacio Garona y Roberto Borserini.

Primeros pasos.

Corre el año 1972 cuando un joven de rizos colorados es detenido y acusado de cometer 11 asesinatos y 36 delitos. La gente se sorprende, no cree que sea posible que, con tan sólo 20 años, haya podido cometer semejantes atrocidades. Aún no conocen al asesino que se esconde tras ese rostro angelical.


Carlos Eduardo Robledo Puch nació el 19 de enero de 1952. Era un chico revoltoso que hacía travesuras y  se pasaba horas en la calle junto a sus amigos. Hijo de Víctor Elías Robledo Puch y Aída Habendank, pertenecía a una familia de clase media del barrio de Vicente López. Su padre trabajaba para Chevrolet y su madre era ama de casa. 

Solía frecuentar un Restaurante llamado "Spaghetti", situado en la calle Borges al 1902. A veces almorzaba, otras cenaba y otras tantas iba a acompañado de su familia. A modo de detalle, siempre le pedía gaseosa al mozo, no bebía alcohol y casi siempre pagaba una vez finalizada su estadía en el lugar.


"Un día empezó a cantar descontrolado y yo le llamé la atención, desde ese día ya no lo consideraba un chico tan normal", afirmó Alfredo José Carbetti, el dueño del restaurante. "Siempre tiene actitudes arrogantes y se muestra agresivo", confirmó un cliente en aquella época.


Sin embargo, para sus padres era un niño sobresaliente: dominaba el inglés y el alemán y además ejecutaba el piano a la perfección. Era asiduo a la misa, fanático de los autos y de River.



La casa donde vivió durante diez años.
Cometió su primer delito en edad escolar, cuando robó a mano armada 1.500 pesos en el colegio. El dinero lo quería para comprarse motos y autos. Así, fue llevado a un reformatorio. A los 16 años conoció a Jorge Ibañez, un chico algo mayor que él, aficionado a saquear limosnas de las iglesias y amante de los "fierros". Juntos comenzaron su carrera delictiva.



Las armas que utilizaron Puch y sus cómplices.

A sangre fría.

Luego de un primer traspiés, Robledo Puch y Jorge Ibañez jurarían no volver a dejar ningún testigo de sus crímenes. Y lo cumplieron. Un recorrido de asesinatos plenamente ideados. Paso a paso la historia de horror se hizo cada vez más macabra



La primera vez que mataron fue el 18 de marzo de 1971. Irrumpieron en el club nocturno "Boite Enamour" de Olivos para robar 
35.000 pesos, pero eso no sería todo: asesinaron al sereno Manuel Godoy y también al encargado Pedro Mastronardi mientras dormían.

El 9 de mayo del mismo año, escalonando una pared, los delincuentes penetraron en la vivienda anexa de un taller mecánico de motores Mercedes Benz. Allí vivía el encargado José Bianchi de  29 años con su esposa y su pequeña hijita.  Lo asesinaron mientras su mujer, presa del horror, no paraba  de gritar. Por eso, le dispararon a ella también. Eso no fue todo, Robledo Puch se arrojó sobre su cuerpo y la violó. 

Luego, declararía ante la Justicia: "Asaltamos un taller mecánico en la avenida Maipú, de Olivos. Conseguimos entrar en el dormitorio del encargado quien se hallaba durmiendo con su esposa y una hija que, creo, tenia un año. Al marido lo maté. Como la mujer empezó a gritar también le tiré. Herida y todo estaba muy bien. Casi no tenía ropas,la hice mía y luego escapamos con 300.000 pesos".



El 25 de mayo, en un supermercado de Olivos, los delincuentes violentaron la caja de caudales, se apoderaron de televisores, grabadores y máquinas fotográficas superando los 5 millones de pesos. El sereno del comercio, Juan Seatonne de 65 años, que trabajaba los días domingos en el establecimiento,  fue una víctima más del perverso Ángel de la Muerte: lo asesinó de dos balazos. Según se reconstruyeron los hechos, se enfrentó con los intrusos intentando resistir pese a que ellos estaban armados. Por la posición de sus manchas de sangre, también los investigadores concluyeron que Seattone siguió luchando luego del primer balazo.

El 24 de junio, Ana María Dinardo, de  22 años, fue raptada y sometida dentro del automóvil de Puch junto con sus cómplices, Ibáñez y Somoza. El Ángel de la Muerte la asesinó a balazos y luego se deshizo de sus restos en la zona de Pilar. Más tarde, raptaron a María Eugenia Rodríguez, de 16 años, que fue violada por Ibáñez y Somoza. Al no lograr hacerlo Puch, decide asesinarla y arrojar su cadáver.
A. M. Dinardo en vida y como la encontró la Policía.

"A la Dinardo la encontramos una noche cuando salía de una boite, que creo que era del novio. Nos acercamos con el noche -un Fairlane que habían robado poco antes de en el mismo garage donde el criminal guardaba su automóvil particular- y le mostré una billetera donde había 205.000 pesos. La piba subió pero después se quiso hacer la interesante y optamos con Queque -Jorge Ibáñez- por matarla. Con la otra -Higinia Rodriguez- pasó algo parecido. Estaba en la Panamericana esperando algún coche. Subió al nuestro y me la llevé al asiento de atrás a donde también pasaron luego Ibáñez y Somoza. Se quiso hacer la loca, la hicimos bajar y la mate a tiros para que no nos delatara".

Ni siquiera sus cómplices podían fiarse del Chacal. El 5 de agosto de 1971 simula un accidente automovilístico terminando con la vida de Ibañez: "Lo maté porque sabía demasiado y ya se había asustado" declaró.

Cuerpo de Manuel Acevedo, sereno del local.
Así, a Puch le queda un sólo cómplice, Héctor José Somoza, un especialista en cajas fuertes y un indiscutible aficionado en utilizar sopletes. En la madrugada del jueves 3 de febrero de 1972, y ante un llamado de los vecinos, los integrantes de un patrullero policial irrumpieron en la ferretería industrial de la firma "Masserio Hermanos" de Carupá, Partido de Tigre. Allí, además del cuerpo sin vida del sereno del local, Manuel Acevedo, muerto de dos balazos, encuentran el cadáver de otro hombre, también asesinado a tiros, que había sido parcialmente mutilado y desfigurado. El siniestro Robledo Puch había quemado el rostro de quien era su cómplice con un soplete, herramienta con la que había violentado una caja fuerte. En sus palabras: "como quedó vivo le disparé otro tiro para que no sufriera".


Sin embargo, intencionalmente o no, el Ángel de la Muerte cometió un error. Dejó, en la escena del crimen, la cédula de identidad de Somoza, lo que le permitiría a la policía llevarlo al encierro.